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LA MUERTE DE BALDR

LAS NORNAS Y EL TAPIZ DE LOS DIOSES. También ellos, los dioses, forman parte del tapiz. Las nornas tejen millones de hilos, crean historias que ya se han olvidado, historias que fueron contadas al lado del fuego, historias que aún no han sucedido. Incluso él, Baldr el Brillante, no escapó de su destino. Y tuvo sueños, y en esos sueños se vio a si mismo morir, se vio a si mismo dejando de brillar. Y Odín, su padre y el de todos, cabalgó a lomos de Sleipnir hasta encontrar a la völva que le contó el fin del mundo. Y la völva habló, y contó que Baldr iba a morir, que Hodr sería su asesino y que ese sería el principio del fin. Y Frigg, aquella que engendró al más brillante de los dioses, sufría pensando en el destino de su hijo. Así pues hizo jurar a todos los seres y elementos que nunca dañarían a Baldr. Pero lejos de allí, una pequeña planta crecía al oeste del Valhalla: el muérdago. Era un brote tan pequeño que Frigg pensó que no era una amenaza para Baldr. Pero el destino ya estaba escrito, el tapiz se estaba tejiendo, la rueda estaba en marcha. Hodr el ciego, fue la mano que hizo realidad el sueño de Baldr. Algunos dicen que fue fruto del destino. Otros dicen que Loki, ciego de envidia, convenció a Hodr. Y en la siguiente asamblea de Æsir, todos los dioses intentaron herir a Baldr de mil formas distintas, sabiendo que él no sufriría ningún daño, celebrando la fortaleza del hijo de Odín. Pero Loki entregó una flecha de muérdago a Hodr y le dijo donde disparar. Así pues, aquel que no veía cumplió la profecía, y la flecha atravesó el cuerpo de Baldr llenando de ponzoña el brillante cuerpo. La sorpresa invadió el salón de los Æsir, el hermoso hijo de Odín estaba muerto. El sueño se hizo realidad, la palabra de la völva se mostró ante todos los dioses. Y así comenzó el Ragnarök, el destino de los dioses.


 
 
 

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